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Navidad en Alcalá de Henares

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Muy acorde con el día en el que estamos, me gustaría compartir con vosotros unas imágenes que capté hace unos días en la conocida plaza de Cervantes de Alcalá de Henares.

Alcalá en Navidades (I)

Alcalá en Navidades (II)

Estampas cotidianas de una ciudad que, como todos los años por estas fechas, se adorna para la Navidad.

Alcalá en Navidades (III)

En cualquier caso, no todo son luces, gente y abrigos, pues como veréis, estamos teniendo un clima de lo más soleado con temperaturas agradables a medio día (y de momento sin grandes heladas por las noches) que dan lugar a paisajes muy pintorescos a nada que nos alejemos del casco urbano.

De Henares

Por cierto, comentaros que estas fotografías están hechas con una Nikon D3000 que me he comprado recientemente con idea de usarla exclusivamente con el AF-S DX Nikkor 35mm f/1.8 G, dando lugar a un conjunto de pequeño tamaño, ligero y manejable. De hecho, ya en el pasado hice algo parecido con la D40 (cámara que le regalé a mi chica hace ya tiempo) y la experiencia fue muy positiva.

¡Nos leemos!


Archivado en: Fotografía

Las últimas luces del 2016

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No sé si os habrá ocurrido como a mí, pero si me siento un segundo a recordar el 2016 los últimos doce meses se me han pasado a la velocidad de la luz.

img_20161224_184103258

En cuanto al blog, cierto es que llevo una temporada ya bastante larga en la que no escribo con la asiduidad que me gustaría, pero no siempre que se me ocurre algo tengo la oportunidad de sentarme al teclado para plasmarlo en algo tangible y la inspiración es tan puñetera que sólo viene a verte un ratito de vez en cuando para luego dejarte con la hoja en blanco y cara de circunstancias.

En cualquier caso me gustaría reseñar aquí los artículos que más he disfrutado escribiendo en este año que hoy termina:

  • Algunos consejos sobre fotografía macro: llevaba tiempo sin escribir sobre fotografía a nivel técnico y éste fue uno de esos artículos que tanto me gusta redactar e ilustrar con fotografías.
  • Usando una GoPro como cámara de fotos (2ª parte): creo que es uno de esos artículos que pueden servir de inspiración a alguien que le quiere dar un uso alternativo a su cámara GoPro. Yo, desde luego, me lo pasé muy bien preparándolo.
  • Rincones: Cantabria: fotos, comentarios y un timelapse de nuestras vacaciones de verano por tierras cántabras. Me pongo a releerlo ahora y me dan ganas de volver mañana mismo.
  • Usando un Gramin Etrex 10 con mapas personalizados: un artículo útil para aquellos que no quieran gastar demasiado en un GPS de mano pero al que con un poco de ingenio se le puede sacar mucho provecho.
  • Navidad en Alcalá de Henares: pese a ser muy reciente (y sencillo) se trata de uno de los artículos con más repercusión de este año. Me gustó crearlo por los paseos que me di por Alcalá cámara en mano para realizar las fotos que lo ilustran.

No sé qué nos traerá el 2017. Ojalá que todo sean cosas buenas; pero venga como venga, espero que sigamos leyéndonos por aquí.

¡Feliz cambio de año!


Archivado en: Sobre este blog

Time-lapse: Ida y vuelta por el Gurugú

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Llevaba tiempo sin escribir. Concretamente desde la última tarde de 2016, lo que representa casi dos meses y medio en el que es, seguramente, el periodo de sequía creativa más larga hasta el momento.

En las últimas semanas multitud de ideas han acudido a mi mente, pero por uno u otro motivo no he sabido sacar tiempo para sentarme ante el teclado para plasmarlas en algo tangible. Alguna fotografía sí que he realizado, pero reconozco que tengo la cámara dejada un poco de lado en espera de épocas en las que disponga de algo más de tiempo libre, que es algo que siempre ayuda a que florezca la inspiración.

Pero bueno, lo que hoy quería mostraros es un sencillo time-lapse de apenas dos minutos en el que condenso un trayecto de ida y vuelta entre el barrio de Nueva Alcalá y un conocido supermercado situado en Los Hueros, para lo cual hay que recorrer el trazado de la carretera que asciende por el monte Gurugú.

Hay otra variante para subir mucho más “ratonera”, pero dado que mi intención no es la de ir de rallye sino simplemente mostraros a cámara rápida movimientos que solemos percibir de manera mucho más lenta, creí que sería mejor conducir por esta carretera de curvas amplias y aspecto despejado.

No sé si os habréis dado cuenta, pero esto de los time-lapses es algo que me resulta muy atractivo y que ya he introducido en alguna que otra entrada como aquella en la que os narraba un viaje a Cantabria.

Por cierto, tengo en mente un artículo de tipo científico-tecnológico de esos que tanto me gustan y que espero no me lleve demasiado tiempo sacar a la luz. La idea está plantada, así que ahora sólo tengo que ir regándola y esperar a que crezca lo suficiente.

¡Nos leemos!


Archivado en: Cosas del día a día

Fotografiando la Raspberry Pi Zero W y su ingeniosa antena

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No sé si lo he comentado alguna vez por aquí, pero siento auténtica devoción por las Raspberry Pi hasta el punto que considero que es lo mejor que le ha ocurrido a la informática y a la electrónica a nivel de usuario en los últimos años.

Raspberry Pi Zero W

Dispongo desde hace tiempo de una Raspberry Pi 3, así como de un par de Raspberry Pi Zero (una de ellas la uso como reproductor multimedia) y en mis manos tengo ya una de las primeras Raspberry Pi Zero W que se han distribuido, pues la pedí el mismo día de su presentación y me llegó desde UK poco después.

Lo que ocurre es que aunque esa misma noche ya estuve instalando Raspbian y trasteando con ella un buen rato, no ha sido hasta hoy cuando he cogido la cámara y el objetivo macro con la idea de hacer unas fotografías que pudieran transmitir la belleza que yo siempre le encuentro a este tipo de cosas.

Raspberry Pi Zero W

Aunque esta nueva integrante de la familia Raspberry Pi es muy similar a la Zero “a secas” tanto físicamente como en potencia, la W de su apellido viene de que integra tecnología Wireless como ya hizo anteriormente su hermana mayor (la Raspberry Pi 3).

El reto principal era el integrar la conectividad inalámbrica en una placa electrónica de tan reducidas dimensiones y a la vez ya superpoblada de diminutos componentes electrónicos.

Raspberry Pi Zero W

Descartada la idea de colocar una antena WiFi al uso (la de la Raspberry Pi 3 es pequeña pero demasiado voluminosa para una placa tan minúscula) la gente de la Raspberry Pi Foundation se estrujó los sesos y decidió emplear una tecnología licenciada por la empresa Proant que es tan genial como simple: la antena es un triángulo cuidadosamente esculpido en la propia placa en cuyo interior resuenan las ondas de radio que son captadas por dos microscópicos condensadores situados en su vértice.

Raspberry Pi Zero W

Como amante que soy de las soluciones sencillas y los tamaños reducidos, contemplar ese destello de genialidad que es la antena de la Raspberry Pi Zero W me hace pensar en todas las cosas maravillosas que en el mundo de la tecnología nos van a asombrar durante los próximos años.

Por cierto, espero que hayáis disfrutado de las fotografías. Hacía tiempo que no agarraba la cámara y la verdad es que he disfrutado bastante buscando la mejor perspectiva para apreciar los detalles que tanto abundan en estas miniaturas tecnológicas.

Raspberry Pi Zero W

¡Nos lemos!


Archivado en: Tecnología

Recuerdos de Oropesa (XXV)

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Durante el tiempo que estuve residiendo en Oropesa del Mar me acostumbré a vivir a contracorriente. Me explico: tras toda la semana trabajando, el viernes por la tarde conducía hasta Madrid para ver a mi familia y a mi novia, de tal modo que en mi trayecto me cruzaba con los que se iban a la playa a disfrutar de esos dos días de descanso. Del mismo modo, me los volvía a cruzar a todos en la A-3 cuando el domingo por la tarde regresaba a Oropesa encontrándome al llegar lo que parecía una ciudad fantasma.

By night

Recuerdo bien aquella extraña sensación al recorrer ya de noche la avenida principal del pueblo de Oropesa los domingos del invierno y no divisar absolutamente a nadie. Tras un poco de callejeo y poco antes de llegar a la playa de la Concha entraba al parking de la urbanización en la que vivía y en la que durante esos meses de frío casi siempre el único coche era el mío. Tenía la buena costumbre de aparcar en mi plaza, pero podría haber dejado el coche atravesado en medio del vial y nadie se hubiera quejado.

A mi memoria viene ahora el suave rumor del mar al abrir la puerta del coche, el eco de las ruedas de mi trolley repiqueteando sobre el asfalto hasta llegar al portal, el frío de la casa al entrar, el ascensor siempre esperándome en mi descansillo de lunes a viernes… Cuando llegaba nadie se asomaba a su ventana a ver quién osaba romper la tranquilidad reinante en aquel lugar porque sencillamente había semanas en las que yo era el único habitante en una urbanización de más de 400 viviendas.

Hay gente que todavía hoy me pregunta que si no me daba miedo estar allí sólo e incluso que cómo podía conciliar el sueño por las noches. Y qué queréis que os diga, no me considero ningún valiente (de hecho la palabra que mejor me define es “prudente”) pero nunca me planteé que aquella soledad extrema pudiera suponer una amenaza o incluso un problema. Cierto es que nunca tuve ningún susto ni ninguna mala vivencia durante los inviernos que allí estuve, pero siempre he pensado que a la soledad no hay que temerla porque por si misma no te va a hacer nada.

Amanece sobre Oropesa

Si sólo conocéis esta localidad mediterránea durante la temporada alta os recomiendo que os paséis por allí cuando nadie se plantea coger vacaciones. Os aseguro que os vais a encontrar una soledad brutal que tal vez no podáis soportar; pero si le cogéis el gusto acabaréis viéndole todas sus ventajas e incluso la echaréis de menos.


Archivado en: Fotografía, Recuerdos de Oropesa

Introducción a la termografía

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De pequeño tuve un juego llamado Detectinova que entre sus muchos artilugios incluía un líquido transparente con el que podíamos escribir sobre un papel un mensaje que permanecía invisible hasta que aplicábamos sobre él otro producto químico que lo hacia aparecer como por arte de magia.

Puede que de ahí venga mi pasión por aquellas cosas que de forma habitual están ocultas a la vista pero que con los instrumentos adecuados podemos apreciar. La luz ultravioleta es una de ellas (otro día os hablaré de ese tema) pero por encima de ello hay otro fenómeno similar que me apasiona aun más: la radiación infrarroja.

¿Qué es la radiación infrarroja?

Lo primero que debemos conocer es que los colores que vemos a través de nuestros ojos no son más que ondas electromagnéticas de una determinada longitud, las cuales están comprendidas aproximadamente entre 380 nm y 780 nm (longitudes de onda que corresponden al violeta y al rojo respectivamente, que son los extremos del espectro visible por los seres humanos).

Pero que no veamos más allá de estos límites con nuestros ojos desnudos no significa que no haya longitudes de onda mucho menores y mucho mayores. De hecho, el espectro visible es una minucia con respecto a toda la variedad de radiaciones electromagnéticas que nos rodean. Que no las vemos no significa que no estén ahí como podéis ver en la siguiente ilustración.

La radiación visible con respecto al espectro electromagnético al completo. Imagen cortesía de Público.

Pues bien, aquellas ondas cuyas longitudes son superiores a las del rojo (vibran a una frecuencia inferior, ya que la longitud de onda y la frecuencia de vibración son inversamente proporcionales) son las que nos interesan para este artículo, ya que son las conocidas como radiación infrarroja; y abarcan aproximadamente el rango de las longitudes de onda entre 780 nm y 1 mm.

Aunque la descripción de la energía infrarroja es un tema denso y farragoso, para el propósito de este artículo lo vamos a simplificar diciendo que todo cuerpo emite una cierta cantidad de energía infrarroja en función de su temperatura, y para las temperaturas más habituales que manejamos en el día a día esta se encuentra entre unas longitudes de onda de entre aproximadamente 8 um y 15 um, que es la zona dentro de la radiación infrarroja que corresponde a la región de los infrarrojos de onda larga o también conocida como infrarrojo térmico.

Si nos fuéramos a longitudes de onda más largas (entre 1 mm y 1 m) ya entraríamos en el campo de las microondas; pero eso queda fura de nuestro alcance. Sólo os lo comento para que os podáis situar en el tramo del espectro electromagnético en el que nos vamos a mover hoy, que está comprendido entre la radiación visible y las microondas.

La cámara termográfica

Visto lo anterior y si nos ha quedado claro que al final la radiación infrarroja es del mismo tipo que la luz que vemos por todos lados pero que vibra a una frecuencia menor que esta, podréis entender que con el sensor adecuado podemos construir una cámara que en lugar de captar la luz visible sólo vea las longitudes de onda correspondientes con la radiación infrarroja. Pues bien, eso no es ni más ni menos que una cámara termográfica, que es un aparato que me apasiona y al que desde hace ya mucho tiempo quería dedicarle un apartado en este blog.

Diversos modelos de cámaras termográficas. Imagen por cortesía de Flir

Cámaras termográficas las hay de muchas formas, marcas, tecnologías y precios; pero lo que tienen todas ellas en común es que hacen visible lo invisible, ya que al fotografiar una superficie no vamos a distinguir sus colores, sino que obtendremos un “mapa” de las temperaturas superficiales de los elementos que aparezcan en ella.

Por tanto, mediante el uso de una de estas cámaras vamos a poder conocer la distribución de la temperatura en una superficie sin necesidad de contacto directo y de un sólo vistazo, ya que el mapa resultante es muy visual y nos va a permitir conocer rápidamente las zonas frías y calientes del cuerpo sometido a examen.

Cámara termográfica Fluke Ti10. Imgen por cortesía de Fluke

Por ejemplo, en la placa base de un ordenador en funcionamiento se apreciará una zona de alta temperatura que se corresponderá con la CPU, otras también con cierta temperatura como pueden ser los módulos de memoria o la tarjeta gráfica y luego zonas de la placa en las que no haya componentes que disipen apenas calor que aparecerán en tonos más fríos en la imagen resultante.

La termografía

Una termografía, por tanto, no es más que una fotografía en el espectro infrarrojo en la que podemos apreciar los gradientes térmicos de una superficie gracias a que cada temperatura aparece coloreada en tonos diferentes en función de la cantidad de radiación emitida (y que, como os dije anteriormente, está íntimamente ligada a la temperatura de los cuerpos). Cuanto menor sea la diferencia entre la máxima y la mínima temperatura captada más detallado será el gradiente de la imagen y más precisa va a ser la representación de las temperaturas al igual que ocurre con el rango dinámico en una fotografía tradicional.

Al igual que en cada píxel de una fotografía hay almacenada información sobre su tono, brillo o saturación, en una termografía vamos a tener en cada punto la temperatura registrada, de modo que luego podríamos utilizar esta información para tratarla y establecer patrones de dispersión de calor, velocidades de calentamiento y enfriamiento… Las aplicaciones son muchas y variadas como podréis imaginar.

Para que os hagáis una idea de lo que estamos hablando os voy a mostrar unos ejemplos de termografías que hice yo mismo un día en el que me llevé a la oficina una Raspberry Pi 3 y una Raspberry Pi Zero para observar cómo se calentaban mientras realizaba un benchmark que pusiera el microprocesador al 100% (y, por tanto, le hiciera disipar la mayor cantidad posible de energía calorífica) para así comprobar el funcionamiento de nuestra cámara termográfica con placas repletas de pequeños componentes electrónicos.

Esta es la Raspberry Pi 3 tras un rato funcionando en idle. Como podéis ver en la escala de la derecha, el microprocesador está casi a 60 ºC, el chip de memoria (en la parte izquierda de la placa) a algo menos, el resto de la placa ronda los 40 ºC y los conectores están a unos 30 ºC, que es también la temperatura de la mesa en la que estaba apoyada la placa

Si nos acercamos un poco más al microprocesador podemos apreciar cómo su calentamiento es mayor en la zona central del mismo, lo cual es lógico ya que los encapsulados de los chips son mucho más grandes que la circuitería interna que los conforman para así facilitar la disipación del calor al ambiente. Bajo esa zona de intenso color rojo es donde está situada la oblea del circuito integrado

Al lanzar el benchmark (sudo sysbench –test=cpu –num-threads=4 run) y pasados unos segundos vemos que el microprocesador ha disparado su temperatura, alcanzando los 100 ºC. El resto de la placa ha pasado de 40 grados a unos 50, pero como ahora la diferencia de temperatura entre los extremos es mayor, la escala de colores se adapta la nueva situación. Como veis, la temperatura de la mesa sigue en unos 30 ºC

Aquí está la Raspberry Pi Zero ejecutando el mismo benchmark pero para un sólo thread (sudo sysbench –test=cpu run) y podemos ver que su temperatura no se dispara como en el caso de la Raspberry Pi 3 debido a su menor potencia, estando la superficie de la CPU a poco más de 60 ºC.

Como habéis podido ver, lo que la cámara capta es la temperatura de la superficie del elemento al que estamos apuntando. Este tipo de cámaras no son capaces de captar la temperatura del aire ni la luz visible, de modo que lo que tenemos, como ya os dije antes, es un mapa de las temperaturas superficiales del cuerpo en cuestión.

Aplicaciones prácticas de la termografía

En mi trabajo utilizo la termografía con bastante frecuencia, de modo que me puedo considerar afortunado por lo que os contaba al principio sobre que ya de pequeño me fascinaba todo aquello que revela ante los ojos lo que originalmente estaba oculto. Y es que qué queréis que os diga: me parece una pasada poder usar un aparato que al apuntar sobre un cuadro eléctrico, una tubería o un motor es capaz de indicarme si hay alguna avería en ciernes; siendo por tanto un elemento básico del mantenimiento predictivo de una instalación.

En el campo eléctrico una termografía nos va a dar pistas sobre posibles problemas en las conexiones eléctricas y el flujo de la corriente. Si por ejemplo tenemos un contactor trifásico que alimenta a un motor y observamos que una de las tres fases está más caliente que las otras pueden estar ocurriendo dos cosas: o bien tenemos una mala conexión por estar sucio y/o poco apretado el contacto y por tanto el área por la que fluye la corriente es menor o bien una de las fases del motor está consumiendo bastante más que las otras.

Siguiendo con el tema de los motores, también se puede dar el caso de que tengamos varios motores iguales funcionando en las mismas condiciones y al termografiar todos ellos observemos que uno está considerablemente más caliente que los demás. Si observamos que el incremento de la temperatura se localiza sobre todo en uno de los extremos del cuerpo del motor, es posible que el rodamiento esté empezando a desgastarse y el rozamiento adicional que está sufriendo se traduce en forma de calor que al final se transmite a la carcasa metálica del mismo.

Como tercer ejemplo, si en una tubería que tenemos a la vista y por la que circula un líquido se atasca y no sabemos bien dónde está el problema por ser esta de una longitud considerable, si la temperatura ambiente y la del líquido que hay en ella son diferentes, con ayuda de una cámara térmica vamos a poder apreciar dónde se está produciendo el atasco, ya que vamos a observar que donde hay líquido la tubería toma un color que cambia a partir de la zona por donde no puede circular y en esa zona de “transición tonal” es donde estará la causa del problema.

Podéis echar un vistazo al siguiente vídeo (en inglés) que os dará una idea muy visual de este tipo de aplicación de las cámaras termográficas orientadas al mantenimiento de instalaciones industriales, ya que muestra lo que os he contado en los párrafos anteriores.

Otras aplicaciones de las cámaras termográficas son la observación del fraguado uniforme del hormigón, la correcta aplicación de aislantes en paredes y techos, la comprobación de fugas de agua que no se aprecian a simple vista, la localización de personas y animales en entornos sin visibilidad (humo, niebla, ventisca, oscuridad, vegetación…) o el correcto funcionamiento de sistemas de generación de frío y calor.

Eso sí, aunque sólo daré un pequeño retazo sobre ello, no quería dejar de comentar el mayor enemigo de la termografía, que son las superficies altamente reflectantes como el vidrio o el metacrilato, ya que aunque haya un cuerpo caliente detrás estos materiales son “impermeables” a la radiación infrarroja y con la cámara no obtendremos ninguna información útil. Por tanto, si se quiere termografiar un elemento situado tras un cristal hay que quitarlo de algún modo porque de lo contrario lo único que veremos en la termografía será nuestro propio “reflejo térmico”.

La popularización de la termografía

Como veis, el campo de las termografías es muy amplio y dado que es una tecnología que cada vez se va abaratando más, creo que cada vez nos la encontraremos en más y más entornos. Cierto es que las gamas profesionales de las cámaras termográficas han costado, cuestan y seguirán costando un pastizal; pero también es verdad que los modelos más simples de hoy tienen ya resolución y prestaciones similares a las topes de gama de hace unos años, que al fin y al cabo es lo que ha sucedido siempre con la electrónica de consumo.

Seguiremos hablando del tema en una próxima entrada. Ya lo veréis.


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Recuerdos de Oropesa (XXVI)

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Como os conté en la entrada anterior de esta serie, durante el invierno una infinita tranquilidad reinaba en Oropesa del Mar; y aunque es cierto que yo en particular adoraba aquella soledad, había ocasiones en las que a uno le apetecía caminar sin sentirse en un pueblo fantasma, de modo que cogía el coche y me acercaba a Castellón de la Plana.

Pelota

La almendra central de Castellón es un horror para circular, así que normalmente dejaba el coche en las afueras y me daba un paseo por sus calles. Comparado con Madrid no es tan grande y estoy acostumbrado a recorrer grandes distancias a pie, de modo que por andar poco más de veinte minutos no me pasaba nada y así hacía algo de ejercicio al tiempo que podía dedicarme a mirar los detalles de la ciudad.

De esta localidad de Levante recuerdo alguna zona especialmente bonita como la de la plaza del Ayuntamiento y, sobre todo, el parque Ribalta. También guardo gratos recuerdos de la zona de la universidad Jaume I (recién construida por aquella época) y el tranvía que partía de allí pasando por el centro de la ciudad y dirigiéndose hacia el Grao. Recuerdo que incluso una vez hice uso de él por ver cómo funcionaba y escribir una entrada del blog.

TRAM (Castellón)

Me acuerdo también de la tienda de música Portoles situada en la Calle de Enmedio donde para mi cumpleaños en el año 2012 me autoregalé una guitarra eléctrica y su correspondiente amplificador. Luego con el tiempo también me compré allí un par de cacharros de Korg; y aunque reconozco que la composición musical no es uno de mis dones, disfruto trasteando con este tipo de cosas. Eso sí, me acuerdo de que cuando fui a por la guitarra dejé el coche en un parking cercano porque una cosa es pasear y otra es cargar como un burro.

Pronto

Recuerdo también pasear por calles angostas y oscuras, como la calle del Herrero, donde estaba la central de la empresa que llevaba parte de la comunicación móvil de la empresa y que siempre me pareció una calle especialmente deprimente. Sin embargo, muy cerca de ella se encontraba la plaza del teatro principal de Castellón, que me daba la sensación de ser un lugar elegante y con mucha vida.

Me da un poco de pena comprobar que de Castellón no tengo muchas fotos. Como os digo, solía ir a pasear a veces por allí o a comprar en el centro comercial La Salera, pero no me gustaba llevar la cámara encima como en Oropesa, Benicassim y tantos otros pueblos que tuve ocasión de recorrer en los dos años que pasé en aquella región porque en ciertas zonas se veía gente un poco “rara” pululando por las calles.

Contraste

Que quede claro que Castellón de la Plana no es ni de lejos mi ciudad favorita, pero cuando ahora echo la vista atrás y recuerdo las veces que estuve caminando por sus calles reconozco sentir cierta añoranza de un lugar que estaba a apenas veinte minutos de mi casa y que me permitía ser consciente de que más allá de Oropesa del Mar había un mundo en el que la gente salía de sus casas después de la puesta de sol.

Seco

Hace cuatro años que no pongo un pie en Castellón; pero si me vuelvo a dejar caer por esas tierras esta vez llevaré alguna cámara más o menos discreta para poder retratar sus rincones y poder compartir con vosotros tanto las cosas buenas como las malas de esta localidad situada cerca de la orilla del mar Mediterráneo, ya que la mayoría de las fotos que ilustran esta entrada ya habían hecho acto de aparición en este blog en el pasado.

Radiografía

¡Nos leemos!


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Recuerdos de Oropesa (XXVII)

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Cuando le conté a unos amigos que vivían en Oropesa del Mar que iba a estar allí trabajando y residiendo recuerdo que lo primero que me dijeron fue que desde que me instalara allí no bajaría a la playa ni atado. Una afirmación a la que no di el más mínimo crédito en ese instante, porque a lo largo y ancho de todos los veranos que allí pasé fueron contados los días que no bajé a la playa armado con toallas, flotadores, melocotones y crema solar dispuesto a disfrutar de la costa de aquella localidad castellonense.

Julio de 1985

Sin embargo, reconozco que aquella pareja de amigos tenía razón: durante los dos años que estuve viviendo allí contemplé mil veces la vista del mar desde el paseo, fotografiaba todos los atardeceres bonitos que veía con el Mediterráneo al fondo, me gustaba quitarme los zapatos y pasear descalzo por la orilla cuando no había nadie más allí… pero ni se me pasaba por la cabeza ponerme el bañador y bajar a darme un chapuzón como había hecho durante todos los veranos de mi vida en aquellas aguas.

Día de playa

Sólo cuando mi novia venía una temporada a verme bajábamos a la playa a disfrutar de esa arena y ese mar que no tenemos en Madrid. Y el caso es que cuando estábamos allí tumbados siempre decía lo mismo: “Parezco tonto; tengo la playa cruzando la calle y no bajo nunca con lo a gusto que se está” pero cuando ella se marchaba, esa idea no se me volvía a pasar por la cabeza ni de casualidad.

Creo que la soledad que allí se respiraba hacía que los que vivíamos en Oropesa tuviéramos una visión romántica e idealizada de la playa. Me gusta pensar que todos la contemplábamos con cariño en invierno cuando no era más que un compendio de arena y agua sin hamacas, patines ni sombrillas.

Verano azulUna forma de ver aquello es la fotografía que tenéis aquí arriba y que resume perfectamente esa visión de la playa como un lugar idílico y tranquilo en el que sentirse parte del paisaje que nada tiene que ver con las masificaciones estivales que, con puntualidad inglesa, acababan llegando.


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Review: cámara térmica Flir TG130

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Como algunos ya sabréis, me fascina cualquier aparato que pueda medir. Puede ser una brújula, un telurómetro, un altímetro, un tensiómetro, un GPS, un sonómetro… Pero, tal y como os comenté en una reciente entrada, para mi peculiar gusto una de las cosas más apasionantes de este campo son las cámaras termográficas, basadas en la emisión de energía infrarroja de los cuerpos en función de su temperatura.

Pues bien, lo que hace años me parecía algo impensable se ha hecho realidad recientemente gracias a la progresiva popularización de estas tecnologías, y es que… ¡Tengo mi propia cámara térmica! Un modelo muy sencillo y de prestaciones limitadas pero que me permite ver lo invisible y, en muchas ocasiones, con resultados sorprendentes.

Flir TG130

Se trata del modelo TG130 de la conocida marca Flir, el cual actualmente es el más básico de su gama de cámaras térmicas pero que cuenta con un módulo Lepton para termografía infrarroja que también incorporan algunas de sus hermanas mayores.

De todos modos, más allá de soltaros una ristra de datos técnicos, voy a comentaros en unos párrafos las principales características de esta cámara, ya que así a la vez que os enumero especificaciones os voy narrando mi experiencia con ella:

Flir TG130

El campo de visión de la TG130 es de 55º x 43º y su enfoque mínimo es de 10 cm. Es verdad que la óptica es un poco angular (es decir, que tiene un ángulo de visión amplio) pero gracias su escasa distancia mínima de enfoque podemos acercarnos a objetos de pequeño tamaño y poder evaluar las temperaturas de su superficie. Por ejemplo, en cámaras con una orientación más industrial el ángulo de visión es más estrecho para poder evaluar a una distancia prudencial; y en las de gama alta muchas veces podemos incluso intercambiar ópticas para adaptarnos a lo que la situación requiera.

La TG130 está pensada para realizar comprobaciones domésticas sencillas como ver la temperatura del enchufe del calentador del agua, las juntas de las ventanas para comprobar el aislamiento térmico de nuestro hogar, el motor de nuestro coche para observar cómo se va calentando poco a poco tras arrancar, buscar los tubos de la calefacción bajo el suelo del salón… No quiere eso decir que no podamos llevar esta cámara a nuestra empresa y ver cómo se distribuye el calor por la carcasa de un motor eléctrico o por las protecciones de un cuadro de distribución porque yo mismo lo he hecho y la diferencia de temperaturas se aprecia perfectamente, pero está claro que no es su orientación y para ese tipo de aplicaciones debemos de emplear un modelo superior.

banda de rodadura de uno de los neumáticos de mi coche. Observad cómo el disco de freno está mucho más caliente

Hay que dejar claro que la TG130 tiene una limitación muy importante: no hay manera de grabar imágenes en ningún tipo de formato ni en ningún tipo de soporte porque la cámara no tiene puerto USB o tarjeta de memoria. Lo único que permite es congelar la imagen en pantalla y por eso veréis que los ejemplos que ilustran este artículo están fotografiados directamente de la pantalla de la cámara térmica. Disponer de una tarjeta microSD supone ir al modelo siguiente en la escala (el TG165) que cuesta prácticamente el doble que la TG130.

Raspberry Pi Zero W

También quería comentaros que sólo vamos a tener una referencia de temperatura en pantalla (un pequeño círculo central) y que no vamos a tener a la vista ningún tipo de escala termográfica que nos diga entre qué rangos de temperaturas se encuentra lo que vemos en pantalla. Es decir, que apuntando a la zona que nos interese vamos a conocer su temperatura y la paleta de colores nos va a dar idea de cómo se distribuye la temperatura por la superficie del cuerpo que estamos observando, pero si queremos saber la temperatura de un punto en concreto debemos mover el encuadre para apuntar a la zona en cuestión con el círculo central.

Salida del aire acondicionado de mi coche

La pantalla de 1,8″ que domina la parte trasera de la cámara es de tipo TFT y en exteriores a pleno sol cuesta un poco ver los colores en detalle. De todos modos, el uso de esta cámara va a ser casi siempre en interiores de modo que esto no será un gran contratiempo. Su resolución es de 160 x 120 pixels y su orientación es vertical.

En cuanto a la resolución térmica, esta es de 80 x 60 pixels, y como estaréis viendo en los ejemplos que estoy intercalando entre los párrafos, aunque a priori parece escasa, permite apreciar las temperaturas con bastante detalle. Tened en cuenta que la imagen térmica es la del mapa de temperaturas de la superficie a la que estamos apuntando, de modo que aunque sería deseable disponer, en general, de una gran resolución; para el uso que va a tener este modelo tenemos más que suficiente.

Lavabo llenándose de agua caliente

Dado el uso que se le suele dar a este modelo de cámara térmica, el rango detectable se encuentra entre -10 y +150 ºC. Temperaturas inferiores a esos diez grados bajo cero se visualizarán en color negro y las que superen los ciento cincuenta grados aparecerán de color blanco nuclear. Digamos que ese va a ser el rango dinámico de nuestra cámara térmica, y es verdad que en ese aspecto vamos a tener otra limitación, ya que un congelador anda por debajo de ese rango y un horno o una freidora por encima. Eso sí, para temperaturas ambientales en interiores y exteriores, casi siempre vamos a estar dentro del rango disponible.

Coches en el garaje. Se nota quién ha llegado hace poco

Por cierto, tras el alojamiento de las pilas tenemos un pequeño interruptor que representa la única opción de la cámara y que lo que hace es representar en pantalla la temperatura en grados centígrados o Farenheith. Aparte de eso tenemos el botón de encendido/apagado bajo la pantalla y el gatillo que congela la imagen en la parte delantera.

Ya que estamos, comentar que la cámara se apaga automáticamente a los cinco minutos de no tocar ninguna tecla aunque tiene la decencia de darnos un aviso de tres segundos por si queremos detener el proceso de autoapagado.

Caldera de agua caliente de casa en funcionamiento

La alimentación de la TG130 es mediante tres pilas AAA que van insertadas en el mango de la cámara. No hay posibilidad de conectar una fuente de alimentación externa ni para recargar las pilas ni para hacer funcionar a la cámara como tal. La marca afirma que con cada juego de pilas tenemos para cuatro horas de uso continuado, pero si os dedicáis a apagar y encender la cámara con frecuencia pronto veréis que la duración total se os va a quedar aproximadamente en la mitad, ya que durante los primeros treinta segundos tras cada encendido se realiza un proceso de autocalibración que drena bastante energía de las pilas.

Flir TG130

La velocidad de refresco de las imágenes que se muestran en pantalla es de 9 Hz, por lo que aunque nos vayamos moviendo en busca de “diferencias térmicas” podremos apreciar cierta fluidez en la representación, pues cámaras más antiguas no pasaban de velocidades de 2 ó 3 Hz y en esas sí que todo se movía “a saltos”.

Un radiador instantes después de encender la calefacción. Fijaos en cómo el agua caliente se acumula en la parte superior

Pasados unos minutos ya casi todo el radiador está a una temperatura homogénea

En cuanto al aspecto físico, la cámara tiene unas dimensiones de 169 x 113 x 48 mm y un peso de 210 gramos. Como podéis ver en la siguiente imagen, en la que sujeto la cámara normalmente en mi mano, el tamaño es muy compacto y no resulta para nada aparatosa.

Flir TG130

La cámara no trae ningún tipo de funda, y desde mi punto de vista es importante proteger de algún modo la lente frontal de la TG130, ya que en este tipo de aparatos no podemos colocar un filtro de cristal delante del objetivo como haríamos con una cámara réflex debido a que el vidrio es opaco a la radiación infrarroja y, por tanto, con un filtro colocado no podríamos termografiar nada.

“Autoretrato termográfico”. Podéis ver que el vídrio de las gafas que me puse no transmite el calor de esa parte de mi cara (y que tenía la nariz un poco fría)

En mi caso, lo que utilizo como funda para la cámara es una bolsa acolchada originalmente diseñada para una Playstation Vita. Como podéis ver en la siguiente imagen no está adaptada a la forma de la cámara pero el tamaño sí que es adecuado y además es de lo más discreta.

Flir TG130

En la caja de la cámara (un blister transparente en realidad) tan sólo viene además de la propia TG130 y su correspondiente documentación, una correa y un juego de pilas. Pocos complementos para una cámara que, como ya os decía al principio del artículo, es de lo más sencilla que nos podemos encontrar.

Por cierto, tened siempre presente que la TG130 se supone que resiste caídas de hasta 2 metros, pero no está preparada para resistir al agua, de modo que nada de sacarla bajo la lluvia o hacer experimentos en la bañera de casa, porque como se moje es muy posible que acabe en la basura.

Echando agua fría al lavabo caliente por haber estado lleno de agua caliente instantes antes

En el uso diario de la cámara, y siempre desde la perspectiva de un fanático de las mediciones en tiempo real como yo, he de decir que me parece un aparato útil y curioso al mismo tiempo. Más allá de lo que os comentaba de buscar fallos en el aislamiento térmico de casa o tuberías de agua caliente, me encanta emplear la TG130 para observar cómo se calientan los diferentes componentes electrónicos de las placas de diversos aparatos que hay por casa o cómo el aire acondicionado de mi coche enfría las superficies sobre las que incide el caudal de aire que sale de los aireadores. Es decir, que la principal utilidad que le doy a esta cámara de Flir es principalmente para hacer frikadas y curiosear un poco en ese campo de la termografía que tanto me apasiona.

Latiguillo de agua caliente y desagüe del fregadero

Para trabajar y evaluar equipos electromecánicos en mi trabajo empleo una cámara de gama media de la marca Fluke, que ya posee las características necesarias para ello; pero la diferencia es que la TG130 puedo llevarla a la calle para dar una vuelta con ella y curiosear un poco por allí sin sufrir por si la pierdo o le pego un castañazo y me la cargo.

Seguramente sea esa la mejor característica de esta cámara termográfica: que por un precio relativamente bajo podemos tener la imagen térmica de cualquier objeto sin muchos más extras. Sería estupendo tener escala de temperaturas y cuatro puntos de control en pantalla, pero esto nos llevaría a una gama superior de cámaras que nos costaría diez veces más.

Flir TG130

¡Nos leemos!


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Una pizca de ingenio fotográfico

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Tenlo claro: nunca llevas la cámara y el objetivo adecuados en el momento que te encuentras algo digno de ser fotografiado, pero con un poco de ingenio (y una pizca de previsión) podemos salir del paso dignamente. Y eso es lo que quería contaros hoy en esta entrada de temática fotográfica.

Ayer por la noche estaba con mi chica dando un paseo por Coslada cuando en la cornisa de un jardín nos llamaron la atención una serie de pequeños “bultos” en la penumbra. No eran otra cosa que caracoles, que parecían haber salido de excursión a esas horas en las que empezaba a refrescar tras un día entero de sol y calor.

En ese momento llevaba encima mi Olympus E-PL1 con el 14 mm f/2.5 de Panasonic, objetivo con pocas (más bien nulas) capacidades macro, de modo que tras un par de intentos fallidos de retratar a uno de los habitantes de caracolandia me di cuenta de que por ese camino no iba a conseguir nada.

Aunque sigo pensando que las cualidades fotográficas de los móviles no son comparables a las de una cámara réflex (con o sin espejo) sí que es cierto que por el pequeño tamaño de su sensor son capaces de enfocar desde distancias bastante cortas, de modo que probé a retratar a nuestro amigo de cuernos y casa a la espalda pero el flash hacía que todo apareciera churrascado y sin ningún tipo de detalle.

Por suerte, en mi llavero va siempre una micro-linterna recargable por USB, de modo que anulé el flash del móvil y le pedí a mi novia que hiciera de asistente de iluminación, así que le di las llaves y le dije que buscara algún tipo de juego de luces y sombras chulas que yo pudiera retratar con el móvil desde cerca.

Dicho y hecho, enseguida empezaron a aparecer contraluces muy marcados que prometían bastante, y tras alguna que otra prueba, obtuvimos las dos fotografías que ilustran este artículo.

Si os dais cuenta, son imágenes sin demasiado detalle, con pocos desenfoques y bastante grano; pero entre no poder hacer absolutamente nada y al final sacar un par de imágenes resultonas creo que la elección está clara, ¿no?

Lo difícil no es hacer una fotografía. Lo realmente complicado es componerla en vuestra cabeza, pero una vez que mentalmente la tenéis visualizada seguro que si le ponéis empeño sois capaces de materializarla de algún modo.

¡Nos leemos!


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Recuerdos de Oropesa (XXVIII)

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Han pasado más de cuatro años desde que regresé a Madrid pero todavía vienen a mi mente recuerdos de aquella época en la que estuve trabajando y viviendo en Oropesa del Mar.

Atardecer tras la ventanaLa fotografía de hoy es de la ventana de la cocina de mi casa en un atardecer de principios de octubre de 2012. Y es que tenía la suerte de que por las tardes daba el sol en esa parte de la vivienda dándole a todo una tonalidad muy especial.

El ocaso significaba el final de la jornada laboral, la cena de bandeja viendo el telediario, una conversación por teléfono, un rato de lectura, dormir pegado al móvil por si había algún desastre y así pasar otra hoja más del calendario con la vista siempre puesta en el futuro.


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Recuerdos de Oropesa (XXIX)

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En aquel momento no tenía ni idea, pero esta sería la última floración de los almendros que iba a fotografíar en Oropesa del Mar, ya que pocas semanas después de captar esta imagen la empresa me ofreció la posibilidad de volver a Madrid para emprender un nuevo proyecto profesional.

AlmendrosEse campo de almendros que veis en la fotografía estaba en la parcela anexa a la EDAR, y en esa época del año siempre que pasaba con el coche no podía evitar quedarme mirando la colorida estampa que la naturaleza pintaba ante mis ojos. Ya sabéis que soy una persona que se suele fijar en los detalles y no podía quedarme indiferente ante la mezcla de tonos pastel que durante unos días pintaba estos rincones de la costa mediterránea.

En Madrid también tenemos carreteras en cuyos márgenes hay paisajes dignos de contemplar, pero si apartamos la vista del asfalto un instante es posible que acabemos besando el parachoques del vehículo que nos precede en el atasco permanente que sufrimos.

Nos leemos.

 


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Recuerdos de Oropesa (XXX)

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Cuando alguien me pregunta cuál es la mejor época para visitar Oropesa del Mar o sus alrededores siempre les digo que se olviden de los meses de temporada alta y que vayan en cuanto pasen las lluvias torrenciales que aparece cada año durante los últimos coletazos del verano.Un día lleno de color

Esa foto que tenéis aquí arriba está hecha en un mes de octubre, y es que por esas fechas ya no quedan veraneantes (los pocos que quedaron al terminar agosto huyeron con la llegada de las lluvias que os decía antes), el día todavía nos regala muchas horas de luz, la temperatura del mar aún es alta suavizando así el clima y, además de todo esto, desde mi punto de vista los atardeceres y amaneceres son los más bonitos de todo el año.

A estas alturas de la película creo que ya sabéis que para mí Oropesa era una pesadilla durante semana santa y en los meses de julio y agosto pero una bendición durante el resto del año. Ya os hablaré un poco más sobre esto en una próxima entrada, porque es un tema interesante y sobre el que me gustaría hablar ahora que el tiempo me ha dado cierta perspectiva sobre aquellos dos años que pasé a orillas del Mediterráneo.


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Review: Orbiter spinner

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Hay ciertas cosas que me llaman la atención poderosamente. Algunas ya las conocéis como las linternas, la luz ultravioleta, la termografía… Y si os paráis un momento a pensarlo, lo que todas tienen en común es que son capaces de hacer visible lo invisible.

Ya desde pequeño siempre sentí gran atracción (nunca mejor dicho) por los imanes. Posiblemente porque con apenas cinco o seis años me regalaron unos en forma de herradura con los que empecé a entender de qué iba eso del campo magnético. Y no os quiero ni contar el día que mi padre apareció en casa con un puñado de limaduras de hierro, pues al ponerlas sobre un papel y colocar uno de esos imanes debajo se dibujaron, como por arte de magia, las líneas del campo magnético generado que no era visible a nuestros ojos pero ahí estaba.

Pues bien, curioseando el otro día por los casi infinitos mundos de Amazon tropecé con un invento que al principio confundí con uno de tantos fidget spinners que están hasta en la sopa pero que en realidad no tenía nada que ver con ellos. Se trataba de un orbiter spinner que funciona por puro magnetismo sin necesitar ningún tipo de rodamiento ni casquillo ni nada que se le parezca; así que ni corto ni perezoso me hice con un par de ellos que a día de hoy ya tengo en mis manos para contaros de qué va el invento acompañado de algunas fotografías para que veáis sus detalles.

Orbital spinner

¿Qué es un orbiter spinner?

Un orbiter spinner se compone de dos partes: un cuerpo metálico con un imán en su parte central y una bola de acero. La parte del cuerpo está construida como si de una hamburguesa se tratara siendo “el pan” dos partes iguales hechas en material metálico con ciertos relieves que luego veremos y “la carne” un potente imán de neodimio, todo ello fijado entre si y sin ningún tipo de movimiento.

Por su parte, la esfera metálica no es más que una bola de rodamiento fabricada en acero que se ve fuertemente atraída por el imán del cuerpo hasta el punto de que se adhiere a cualquier punto de éste, pero especialmente al carril que el imán traza justo entre los bordes de “los panes”.

Orbital spinner

Se llama orbiter spinner porque al fin y al cabo su funcionamiento recuerda a las órbitas que describen los satélites en torno a los planetas, ya que no hay una unión física entre el cuerpo y la bola; dependiendo su estrecha relación exclusivamente de la fuerza magnética que el imán ejerce sobre la bola.

En cuanto a peso y dimensiones, los dos conjuntos de bola y cuerpo que yo he comprado (hablaremos de eso al final del artículo) dan en la báscula 58 gramos en ambos casos; siendo la bola de 15 mm de diámetro y el cuerpo de 14 mm de altura por 23 de diámetro.

Modos de uso

El uso de un orbiter spinner es muy simple aunque, las cosas como son, este invento tampoco es que tenga una utilidad práctica tangible; pero lo bien fabricado que está (es un gustazo pasar el dedo por su superficie y comprobar que no tiene ni una sola arista) y sus propiedades físicas lo convierten en la típica frikada que “mola” y casi sin darte cuenta lo tienes en la mano para juguetear con él.

Y bueno, aunque esto es muy libre y depende de la imaginación de cada uno, digamos que hay cuatro maneras básicas de usar un orbiter spinner dependiendo del lugar en el que la bola esté colocada, así que os voy a comentar la esencia de cada uno de ellos acompañando cada caso de una imagen para que os hagáis una mejor idea de cómo sería.

1. Pista exterior

Orbital spinner

Aquí es donde la bola de acero está firmemente pegada al cuerpo del orbiter spinner porque se encuentra escasamente a un milímetro de la superficie del imán y la cosa consiste en hacerla girar todo lo rápido que podamos con el movimiento de la muñeca o bien golpearla con un dedo para que vaya trazando círculos. Como os podéis imaginar, la sujeción se realiza poniendo un dedo en el rebaje circular que hay en el centro de cada una de las caras del cuerpo para así sostener el invento con comodidad y firmeza.

Por la fuerza que ejerce el imán veréis que por muy rápido que hagáis girar la bola, la fuerza de atracción magnética es superior a la de la fuerza centrífuga, de modo que no saldrá volando. Aun así, yo no haría pruebas muy bestias cerca de algo delicado por si acaso sois una batidora humana y al final ganáis el desafío de la física.

Lo más chulo de este modo es la suavidad con la que la bola se mueve debido a que es fuertemente atraída por el imán pero no llega a tocarlo, rodando por las dos finísimas pistas que conforman los bordes de las mitades superior e inferior del cuerpo (lo podéis ver en detalle en la fotografía que encabeza este apartado).

2. Vértice superior

Orbital spinner

Este es el modo más complicado para mantener dando vueltas la bola, ya que esta enseguida tiende a caer en la pista del imán que os decía antes. Lo que ocurre es que es muy visual porque en ese punto la bola parece estar en un equilibrio imposible que en realidad es provocado por la atracción que ejerce el imán pese a estar separados casi un centímetro.

Aquí o bien sujetamos el cuerpo por la parte inferior y lo vamos balanceando suavemente para que la bola vaya dando vueltas o bien vamos acompañando a la bola en su periplo con la yema de un dedo. Eso ya es cosa vuestra (y de vuestras habilidades motrices).

3. Pista superior

Orbital spinner

En la parte superior e inferior del cuerpo del orbiter spinner vais a ver que existen dos carriles circulares por donde podemos mover la bola si hacemos un leve movimiento circular. La metodología en este caso es muy similar a la anterior, sólo que podemos ir algo más rápido porque el equilibrio de la bola es bastante más estable.

4. Centro (trackball)

Orbital spinner

Si dejamos la bola en la parte central que hay en cada una de las caras superior e inferior del cuerpo del orbiter spinner podemos deslizar el dedo sobre ella y veréis que esta gira sobre si misma de una forma bastante suave, recordando a un trackball de aquellos que se pusieron de moda entre los portátiles de hace más de una década.

El el modo más sencillo de los cuatro que os comento, ya que la bola no se desplaza de su sitio; pero a mí al menos me gusta sentir la bola deslizarse cuando estoy concentrado en algo. Además usándolo de esta manera no hace ruido ninguno, de modo que incluso podéis usarlo en la oficina sin cabrear a vuestros compañeros 😛

Consejos y comentarios

Lo primero de todo es que no olvidéis que se trata de un elemento fuertemente imantado, de modo que nada de acercarlo a tarjetas de crédito, pendrives, discos duros, tarjetas de memoria… porque tenemos bastantes papeletas para cargarnos la información almacenada en ellos. Menos mal que ya no se usan diskettes, porque ellos sí que morían como les acercaras un imán medianamente potente.

En cuanto al orbiter spinner como tal, en general los hay en acabado metálico y también en diferentes colores. Como veis en las fotos, yo me compré uno de cada tipo; y aunque reconozco que me parece más bonito el rojo, también hay que tener en cuenta que la pintura acaba saltando con el roce. Lo tengo desde hace unos días y como veis la pista por donde suele rodar la bola la mayoría de las veces ya está casi totalmente pelada. Lo que ocurre es que, lejos de ser un problema para mí, ese tipo de desgaste creo que le da al cacharro un aspecto más chulo que cuando está recién sacado de la caja, así que no me importa en absoluto.

Orbital spinner

Si lo del desgaste de la pintura no os gusta y queréis que con el paso del tiempo el orbiter spinner siga teniendo un aspecto más o menos impoluto, os recomiendo que os decantéis por uno en acabado metálico, pues así no se os pelarán las zonas de rodadura.

Por cierto, a mí no me ha pasado todavía, pero si se os cae al suelo y se marca la bola o alguna zona de rodadura del cuerpo luego la bola se os atascará ahí y os desquiciará un poco. De primeras la bola rueda con una facilidad pasmosa, pero simplemente con que haya una mota de polvo en la pista de rodadura ya notaréis un “salto” en su recorrido, así que tened cuidado con eso.

Orbital spinner

Ah, y una última cosa: no os molestéis en tratar de usar dos bolas al mismo tiempo en la misma pista de rodadura, porque al ir dándose golpes una contra otra el movimiento es muy caótico y no hay manera de hacerlas girar con regularidad.

Dónde comprarlos y precio

Por último, quería hablar del precio de estos inventos y dónde comprarlos, ya que en general hay dos opciones: gastaros del orden de sesenta euros en el Orbiter original comercializado por la marca TEC cuyas caras superior e inferior están fabricadas en titanio o bien recurrir a las “versiones alternativas” que se encuentran por Amazon o eBay y que suelen costar entre cuatro y seis euros gastos de envío incluidos estando fabricados en acero inoxidable.

Los que yo me he comprado son de Amazon, pero también os digo que días después de adquirirlos desaparecieron por completo del mapa y de momento no han vuelto a hacer acto de presencia; así que lo mismo el fabricante de los originales ha puesto algún tipo de queja o algo así y los han tenido que retirar. Sea como sea, si buscáis en eBay se encuentran multitud de ellos tanto en tiendas asiáticas como europeas.

Comentar que, en general, además del conjunto de cuerpo + bola suelen venir con un pequeño saco de tela en el que guardarlo para que no esté por ahí dando vueltas cuando no estemos usándolo.

Orbital spinner

No sé si con el tiempo pasará como con los fidget spinners y te los encontrarás hasta en los frutos secos de la esquina, pero de momento todavía no he visto a nadie más con uno de estos por la calle y no sé si será una cosa pasajera o también acabarán pegando fuerte. Si lo acaban petando recordad quién os habló de ellos por primera vez 😉

Y hasta aquí el artículo sobre este pequeño invento que, si bien hay que reconocer que no tiene mucha utilidad, es una de esas pequeñas cosas que tanto me gustan y a las que difícilmente me puedo resistir (y una excusa perfecta para desempolvar mi objetivo macro).

¡Nos leemos!


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¿Qué es la regulación mediante PWM?

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Hay un concepto que estudié en la carrera y que siempre me ha llamado poderosamente la atención: la modulación por anchura pulso, más conocida por sus siglas en inglés PWM (de Pulse Width Modulation).

Aunque es algo que se aplica a muchos ámbitos, me gustaría explicaros este concepto usando para ello unos dispositivos a los que estoy muy acostumbrado: las linternas LED. De este modo creo que os puedo narrar en qué consiste este tipo de regulación y poneros unos ejemplos muy visuales de ello. Vamos allá.

Olight i3E EOS (V)

Dos modos de regular una magnitud de naturaleza analógica

Os decía que emplearía linternas para explicaros la regulación PWM porque es una aplicación muy típica de este concepto y creo que es un ejemplo que todos podéis imaginaros por ser extremadamente simple.

Imaginad una linterna LED que cuente con un regulador de la intensidad lumínica. Es decir, que podemos seleccionar varios escalones entre una luz muy tenue y toda la que pueda dar el diodo LED que transforma la energía de las baterías en fotones.

La potencia lumínica de una linterna viene dada en términos generales por el producto de la tensión por la corriente que recibe el LED. Para simplificar nuestros cálculos vamos a suponer que el driver mantiene la tensión constante de tal modo que la regulación de la potencia se realiza variando nada más que la corriente entregada. Esta suposición tampoco es que se aleje mucho de la realidad, ya que lo habitual en las linternas LED es que posean un regulador de tensión que hace que al LED le llegue el mismo voltaje independientemente de la carga de la batería.

Olight i3E EOS (I)

Circuitería de control (driver) en la cabeza de una Olight i3E EOS

El modo “caro” de modificar el grado de iluminación que da la linterna es empleando un regulador que permita variar la intensidad de la corriente entregada al LED. De este modo la linterna emitirá cierta cantidad de luz de forma continuada. Si el LED requiere 80 mA para lucir al 100% de su capacidad, el regulador entregará 40 mA para que luzca a la mitad (50%), 20 mA para que luzca a una cuarta parte de su capacidad (25%), 72 mA para que luzca al 90%… Creo que el concepto queda claro, ¿no?

Lo que ocurre, como os decía antes, es que la circuitería necesaria para regular esta corriente suele ser más compleja (y por tanto de mayor coste) que la electrónica necesaria para regular por PWM, que es lo que vamos a ver ahora.

El ciclo de trabajo

La regulación por anchura de pulso es un modo digital de conseguir regular una magnitud de manera que parezca analógica. En esencia se trata de conmutar muy rápidamente entre los estados de encendido (con el LED al 100% de su potencia) y apagado jugando con el ciclo de trabajo de tal modo que la intensidad lumínica obtenida es la de dicho ciclo de trabajo.

Para entenderlo de un modo sencillo vamos a poner como ejemplo una linterna cuya frecuencia de conmutación sea de 100 Hz, lo que significa que cada segundo hacemos 100 ciclos ON-OFF; lo que equivale a decir que un ciclo ON-OFF dura una centésima de segundo. También supondremos que el LED a plena potencia consume los 80 mA que puse antes como ejemplo.

160123_113606

Algunas linternas de mi colección

Pues bien, si durante esa centésima de segundo (que equivale a 10 milésimas de segundo) hacemos que nuestra circuitería electrónica mantenga el LED encendido durante las primeras 5 milésimas y lo apague las 5 siguientes tendremos un ciclo de trabajo del 50% y esa será la intensidad lumínica de la linterna con respecto a la que daría el LED continuamente a plena potencia.

Si la electrónica mantiene el LED encendido las primeras 2 milésimas y apagado las 8 siguientes tendremos un ciclo de trabajo del 20% y, por tanto, una intensidad lumínica inferior al caso anterior. Otro ejemplo sería tener el LED encendido las primeras 7 milésimas de cada ciclo y apagado los 3 restantes, lo que daría un ciclo de trabajo del 70% y una intensidad lumínica de ese mismo valor.

Si nos vamos a los casos extremos (algo que a los ingenieros nos encanta) vamos a ver que si tenemos el LED encendido durante las 10 milésimas tenemos un ciclo de trabajo del 100% que indica que la linterna está encendida a plena potencia. Del mismo modo, si el tiempo de encendido es de 0 milésimas y las restantes 10 milésimas está apagado, el ciclo de trabajo es del 0% y por tanto la linterna no emite luz alguna.

Un modo gráfico de ver todo esto

El ladrillo que os he escrito en los párrafos superiores es sencillo de entender si hacemos una gráfica de cada caso, que es lo que os voy a plantar a continuación:

En ella, tenéis en cada caso en el eje horizontal la evolución en el tiempo y el eje vertical los dos estados posibles del LED (ON y OFF) donde el estado ON implica un consumo de corriente de 80 mA y el estado OFF de 0 mA. Asumimos también que el cambio entre los dos estados se realiza de forma instantánea.

Pues bien, si consideramos la intensidad lumínica en cada uno de los casos como el área rayada que se genera en cada ciclo ON-OFF, haciendo una cuenta sencilla observamos que la modulación PWM equivaldría en términos lumínicos a una corriente constante del valor proporcional al ciclo de trabajo.

Por tanto, si queremos obtener una luminosidad del 20% de la nominal del LED podemos introducir un regulador analógico de corriente que de 16 mA o bien diseñar un regulador PWM funcionando con un ciclo de trabajo del 20%; siendo esta última solución, por lo general, más sencilla y económica.

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LED de una Olight i3S EOS en modo firefly (el más tenue de todos)

Desventajas de usar PWM

No todo van a ser bondades; y es que a la hora de diseñar un sistema regulado por PWM (en nuestro caso una linterna) es muy importante tener en cuenta la frecuencia de conmutación del dispositivo, ya que de no ser lo suficientemente rápida el ojo va a percibir un parpadeo que puede llegar a ser bastante molesto. En el caso de una bombilla incandescente no es un punto crítico porque su tiempo de encendido y apagado es de algunos milisegundos, de modo que los escalones del cambio de estado están muy amortiguados; pero en un LED que se enciende y se apaga en un tiempo prácticamente nulo, si no elegimos una frecuencia de conmutación lo suficientemente rápida enseguida vamos a notar ese irritante parpadeo.

Esto que os comento puedo mostrarlo con la ayuda de una cámara de fotos, así que os voy a dejar en primer lugar con una fotografía de una linterna regulada sin PWM (Olight i3S EOS) moviéndose rápidamente delante del objetivo:

Olight i3S EOS moviéndose delante de la cámara a su mínima potencia. No hay rastro de PWM

Como veis, el trazo dejado por la luz es una línea continua porque el LED está luciendo uniformemente en todo momento. Sin embargo, cuando hago esto mismo empleado una linterna regulada por PWM (una Nitecore Tube en este caso) vais a ver que el resultado es bien distinto:

Nitecore Tube moviéndose delante de la cámara a su nivel de potencia más bajo y mostrando un marcado PWM

¿Veis los encendidos y apagados del LED? Son debidos a que aunque a simple vista parece que la linterna luce de forma constante en realidad el PWM la está haciendo encenderse y apagarse a toda velocidad tal y como os comenté en el apartado anterior.

Pues bien, ya que estamos vamos a ver la frecuencia de conmutación del LED en este caso concreto, pues si miramos los datos EXIF de la imagen que hemos capturado vemos que el tiempo de exposición es de 1/50 seg. Si contamos el número de parpadeos que ha hecho el LED durante ese breve lapso de tiempo (se ve claramente que han sido 11 veces) podemos calcular que la frecuencia de conmutación es de aproximadamente 550 Hz.

Este modelo de linterna tiene una frecuencia de conmutación bastante baja en el modo más tenue, pero algo mayor en los modos intermedios y no emplea PWM en el modo más brillante (lógico, ya que el LED recibe toda la corriente que puede admitir). Ya que estamos vamos a ver esos dos casos más que os comento.

La Nitecore Tube posee una frecuencia de PWM más alta en los modos intermedios

En la imagen que tenéis aquí encima la linterna está funcionando a potencia intermedia y su frecuencia de conmutación es mayor que en el caso anterior. Para hacer la fotografía he empleado un tiempo de exposición de 1/400 seg y cuento 9 parpadeos del LED. Esto nos da una frecuencia de conmutación de aproximadamente 3200 Hz. En este caso el parpadeo es apenas perceptible por el ojo humano, lo que hace que su uso sea más relajado para la vista.

Me gustaría aclarar que la frecuencia de conmutación en estos modos intermedios de la Nitecore Tube es la misma para todos ellos, pero lo que va a variar entre unos y otros es el ciclo de trabajo tal y como hemos visto en el diagrama de tiempo que os dibujé anteriormente.

La Nitecore Tube no muestra ningún tipo de PWM en su potencia máxima

Si ponemos la linterna a plena potencia no se hace uso de PWM para regular, ya que en realidad no hay nada que regular debido a que el LED está recibiendo continuamente la corriente de encendido, de modo que el rastro que deja es perfectamente continuo.

Comparativa visual entre la Nitecore Tube (arriba) y la Olight i3S EOS (abajo) funcionando en sus modos de potencia más bajos

Por último, no quería dejar pasar la oportunidad de mover a la vez ambas linternas delante de la cámara funcionando a su mínima potencia para que podáis apreciar la diferencia entre la que va regulada por PWM y la que está regulada a corriente constante. Como podéis ver, mientras que una ha parpadeado 15 veces en los 1/40 seg que ha durado la exposición de la imagen (esto me da una frecuencia de PWM de unos 600 Hz) la otra ha dejado un rastro perfectamente continuo.

La importancia de la frecuencia de conmutación

Ya os habréis dado cuenta de que el ejemplo que os puse en papel era muy teórico porque en él os hablaba de una frecuencia de conmutación para el PWM de 100 Hz; pero lo hice para poder usar unos tiempos muy definidos y fácilmente entendibles. En caso de fabricar una linterna LED que implemente esa frecuencia de conmutación sería prácticamente una luz estroboscópica y acabaríamos mareados si hiciéramos uso de ella.

Daos cuenta de que en su modo más bajo la Nitecore Tube tiene una frecuencia de conmutación de entre 500 y 600 Hz y os aseguro que a simple vista se nota bastante. Sin embargo, a esos aproximadamente 3 KHz a los que conmuta en los modos intermedios el ojo ya no aprecia parpadeo; pero es que se trata de una frecuencia 30 veces superior a la del ejemplo que os puse, por lo que os podéis hacer una idea de la velocidad a la que es capaz de encenderse y apagarse un LED. Para que os hagáis una idea, conmutar a 3000 Hz significa que el ciclo de encendido y apagado del LED dura aproximadamente 0,3 milésimas de segundo.

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Bueno, y hasta aquí este artículo cuya intención no era otra que compartir con vosotros un tema que a mí me parece muy interesante y que además tiene muchas aplicaciones tanto en el mundo industrial como en la vida diaria, ya que esta misma teoría que rige el funcionamiento del PWM en las linternas es aplicable a control de motores, caudales, temperaturas… Ahora que lo conocéis seguro que os dais cuenta de que estáis rodeados de aparatos controlados por PWM.

Como curiosidad, me gustaría sacar a relucir esta fotografía tomada en una isleta de la calle de Alcalá, donde a mi derecha pasaban coches que mostraban sus luces rojas de posición y/o freno y a mi izquierda los coches que venían de frente y, por tanto, haciendo brillar sus luces blancas de cruce.

Entre el tráfico de Madrid

¿Veis algún rastro de PWM? Pues no, porque la fotografía la hice hace ya doce años (todavía me acuerdo perfectamente del momento de captar esta imagen) y los coches todavía ni siquiera soñaban con llevar luces exteriores LED. Si hiciéramos esta misma foto hoy en día o aseguro que muchas de esas líneas difuminadas pero continuas serían una larga sucesión de puntos porque en los últimos tiempos los LEDs están copando el mundillo de la iluminación.

¡Nos leemos!


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La elegancia de las placas Arduino

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Que Arduino es una plataforma gracias a la cual mucha gente se está iniciando en el mundo de la electrónica por muy poco dinero es un hecho. Que a mí me encanta porque así puedo hacer mis propios circuitos recordando los tiempos de los laboratorios de electrónica de la universidad, pues también.

Sin embargo, la finalidad de esta entrada no es narrar las muchas virtudes de este hardware y su IDE de programación; sino mostraros unas imágenes de un par de modelos de placas (UNO y Leonardo) que he estado fotografiando con mi objetivo macro para tratar de enfatizar la elegancia con la que están diseñadas y fabricadas.

Arduino

No es sólo el distintivo color azul de su placa de circuito, el cuidado trazado de sus pistas y el minucioso esmero con el que están ensamblados todos sus componentes. Es que una placa Arduino (especialmente el modelo Leonardo) es una obra de ingeniería que da gusto sostener en la mano para, simplemente, contemplarla.

Además, después de algún que otro ejemplo que ya ha salido por aquí a relucir creo que a estas alturas de la película ya tendréis claro que una de las cosas que más me gusta fotografiar muy de cerca es la electrónica; y es que al final todos tenemos nuestras pequeñas obsesiones.

Arduino

Como os digo, no entro al apartado técnico porque ya hay muchas publicaciones en internet que lo hacen mucho mejor que yo; pero sí me gustaría destacar el trabajo de unos diseñadores de los que no mucha gente se acuerda pero a los que yo quiero rendir desde aquí este pequeño homenaje.

Arduino

Arduino

Arduino

Espero que hayáis disfrutado de las fotos. ¡Nos leemos en la siguiente entrada!


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Review: Nitecore Tube

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Dentro del amplio mundo de las linternas EDC (las de pequeño tamaño que podemos llevar siempre encima) hay un modelo que se sale un poco de lo común tanto por su forma como por ser recargable a través de USB.

Lo normal es que estas pequeñas linternas que os digo lleven una pila AAA y sean de forma cilíndrica con el cuerpo generalmente fabricado en aluminio como, por ejemplo, la Fenix E05 o la Olight i3E EOS. Sin embargo, la Nitecore Tube está hecha en policarbonato, posee una batería de litio y su forma es plana de tal modo que la podemos llevar en cualquier bolsillo sin que nos demos cuenta siquiera de su presencia.

Nitecore Tube

Hablando de dimensiones y peso, este modelo de Nitecore mide 56 x 21 x 8 mm y lleva la báscula hasta los 10 gramos, de modo que como podéis ver es todo un “peso pluma”. En cuanto a precio, se suele encontrar entre 8 y 10 euros la unidad, así que estamos ante un modelo relativamente económico.

Como os comentaba al principio, una de las peculiaridades de esta linterna es que se recarga mediante un puerto microUSB de manera que seguro que siempre tenemos cerca algún cable al que engancharla durante poco más de una hora, que es el tiempo que tarda en cargarse si está totalmente vacía de energía. Por cierto, durante la carga de la batería permanece encendido un pequeño LED dentro del cuerpo de la linterna.

Nitecore Tube

Esta Nitecore Tube es la que empleé en mi entrada sobre la regulación por PWM para mostraros de una forma visual cómo se aprecia esta funcionalidad. Por tanto, ya sabéis que en el modo más bajo de potencia tiene una frecuencia de conmutación de unos 550 Hz (que es bastante visible al ojo humano), que en los modos intermedios la frecuencia es de unos 3000 Hz y que a si máxima potencia no se emplea PWM de tal modo que no hay rastro de parpadeo alguno.

Comentar que en el envase de la linterna (tan plano como ella misma) viene dos anillas metálicas: una de pequeño tamaño y otra más como la de un llavero estándar. En las fotos que acompañan a este artículo está puesta la anilla pequeña, por cierto.

Nitecore Tube

En cuanto a capacidad lumínica, no esperéis emplear una Tube para buscar supervivientes en la montaña convirtiendo la noche en día porque no es ni mucho menos su cometido. Más bien estará siempre en nuestro llavero a la espera de esas ocasiones en las que echamos de menos una luz que nos permita ver la cerradura de la puerta, orientarnos en la oscuridad durante un apagón, mirar esa ligera fuga de anticongelante debajo del coche…

El modo de menor potencia (1 lumen, 48 horas) es ideal para cuando nos levantamos de la cama en mitad de la noche y no queremos despertar a nuestra familia pero tampoco queremos dejarnos una canilla en la típica mesa baja del salón. Da una luz más que suficiente para ver por dónde nos estamos moviendo pero pasaremos totalmente inadvertidos para los durmientes de la casa. Eso sí, si sois epilépticos no mováis mucho la linterna delante de los ojos en ese modo de potencia por si acaso… Si la ponemos a máxima potencia emitirá 45 lumens durante una hora.

Nitecore Tube

Otra peculiaridad de esta pequeña linterna es que hay un fácil acceso a los modos mínimo (una púlsación) y máximo (pulsación doble) pero también tenemos disponibles “infinitos” modos intermedios entre los que vamos regulando dejando el botón de encendido pulsado y viendo cómo va cambiando la intensidad luminosa.

Por último, me gustaría comentar que al principio no daba un duro por la tapa de goma que cubre el puerto microUSB, pero pese a llevar mucho tiempo dando vueltas en mi bolsillo sigue aguantando en su sitio y cumpliendo su función. Se nota que la goma está algo más débil, pero no se ha roto ni se ha deformado como al principio me temía. Y lo mismo digo del botón de encendido, que pese a lo rozado que está sigue teniendo un tacto ejemplar.

Nitecore Tube

Nitecore Tube

Comentaros ya para finalizar que la linterna está disponible en varios colores y en mi caso particular tengo una transparente y una negra (que es la que hasta hace bien poco me acompañaba en mi llavero). Además de esto también hay una versión ultravioleta de la que otro día os hablaré; aunque antes creo que sacaré a relucir el modelo que desde hace cosa de un mes viene conmigo a todas partes sustituyendo a la Tube y con el que estoy muy contento.

Nitecore Tube

¡Nos leemos!


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Review: Wuben G338

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Hasta hace pocas semanas una Nitecore Tube de color negro iba siempre en mi llavero para todas esas ocasiones en las que viene muy bien tener una pequeña fuente de luz a mano. Sin embargo, cuando vi en Amazon esta linterna de la que hoy os voy a hablar llamó mi atención de inmediato, así que la compré y la verdad es que estoy encantado con ella desde el primer momento. Ahora os cuento por qué.

Wuben G338

Este modelo de la casi desconocida marca Wuben aúna dos elementos que me de por si ya me fascinan por separado: las linternas y el titanio. Cierto es que tengo una Thrunite fabricada en este material que, para mí, es una de las estrellas de mi colección; pero quería algo más simple que pudiera llevar en mi bolsillo sin sufrir demasiado si se arañaba con las llaves. Además, se trata de un modelo realmente minúsculo y con una batería de litio reemplazable y recargable a través de un puerto microUSB. ¿Qué más podría pedir?

Wuben G338

Wuben nos presenta esta linterna como un accesorio de moda hasta el punto de que viene acompañado de una fina cadena plateada por si nos la queremos colgar del cuello a modo de adorno. Sin embargo, nada nos impide (como hice yo) colocarle una pequeña anilla para integrarla en nuestro llavero y tenerla así siempre a mano.

Sus medidas son de aproximadamente 43 mm de largo por 13 de diámetro y tiene un peso de 21 gramos. Como veis, se trata de un modelo de muy pequeño tamaño que además al estar fabricado en titanio y llevar una batería de litio también es muy liviano.

Dicha batería no es muy habitual pero es estándar, de modo que se pueden encontrar repuestos tanto en tiendas de electrónica como en eBay y similares. Se trata de un modelo de iones de litio con referencia 10180 (4,2 Vcc. 90 mA/h) de tan sólo 18 mm de largo; y aunque es posible que haya cargadores así de pequeños para este tipo de baterías, lo mejor es recargarla dentro de la propia linterna. Un proceso que lleva aproximadamente una hora y que se realiza desenroscando la cabeza de la linterna para dejar al descubierto un puerto microUSB estándar oculto bajo la propia rosca.

Wuben G338

Wuben G338

Por cierto, junto al puerto de carga hay un pequeñísimo LED que se ilumina en color rojo durante la carga de la batería pasando a verde cuando esta se encuentra completamente cargada. La electrónica de la linterna corta la corriente de entrada cuando la batería no necesita más carga, de modo que no hay posibilidad de que la batería se sobrecargue.

En cuanto al uso como tal, la linterna se activa roscando la cabeza en sentido horario hasta el punto en el que veamos que se enciende. Ese es el modo más bajo (3 lumens, 6 horas) pero luego tenemos un segundo modo que se activa dando media vuelta más a la cabeza y el cual da bastante más luz de lo que una linterna de este tamaño nos podría hacer creer (130 lumens, 40 minutos). De hecho cuando le enseño esta linterna a alguien la enciendo y suele decir “Ah, pues da bastante luz” pero cuando conmuto al segundo modo abre los ojos como platos y exclama “pero… ¿y eso?” 😮

Que la linterna esté fabricada en titanio es un punto muy grande a su favor a la hora de ir junto a llaves y monedas en el bolsillo, ya que al ser un material muy duro no se marca con los inevitables roces que va a sufrir constantemente. De hecho mi linterna está prácticamente como el primer día pese a que soy una persona que camina bastante y que lleva ya cerca de un mes haciéndome compañía.

Wuben G338

Comentaros que el LED es un CREE XP-G2, que ya es un clásico en el mundo de las linternas de pequeño tamaño y que su tonalidad es bastante fría. No aprecio rastro de PWM en ninguno de sus modos y la linterna se supone que resiste caídas de metro y medio e inmersiones de hasta 2 metros. Mi consejo es que esto último no os lo toméis al pie de la letra y que simplemente penséis que aguanta un trato duro y que no pasa nada si se moja un poco.

En cuanto a precio, normalmente en Amazon suele encontrarse por unos treinta y muchos euros, pero cuando la vi fue gracias a una de esas “ofertas flash” que aparecen de vez en cuando y si no recuerdo mal me salió por aproximadamente veinte euros, que para mi gusto no está mal para un producto de este tipo.

Y poco más os puedo contar de esta pequeña linterna porque creo que con lo que os he expuesto os haréis una buena idea del servicio que puede prestar. De todos modos, para que se aprecie el tamaño que tiene he hecho la fotografía que tenéis bajo estas líneas en la que he juntado la Wuben con una Olight i3E EOS, una Nitecore Tube y una moneda de 2 euros de origen italiano.

Wuben G338

¡Nos leemos!


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Review: Thrunite Ti Hi

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Dentro de mi colección de linternas hay un modelo que para mi gusto es la estrella de la misma, ya que me parece que tiene un diseño muy elegante, está fabricada en titanio y además tiene el modo firefly con menos lumens de todas las que poseo: hoy os presento a la Thrunite Ti Hi.

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Aunque, en general, me gusta usar las cosas y no tenerlas de adorno, reconozco que este modelo no me ha acompañado ni un minuto a ninguna parte porque sencillamente no quiero que se estropee su bonito aspecto. Ya tengo una minúscula linterna de titanio que viene conmigo a todas partes y también durante una temporada en mi bolsillo “vivió” una linterna prácticamente idéntica a la que hoy os estoy presentando pero fabricada en aluminio; pero de esa hablaremos en otra ocasión.

El cuerpo

Como os decía al principio, el cuerpo de este modelo de linterna está íntegramente fabricado en titanio. Un material del que siempre he sido devoto; sobre todo en mis tiempos de mountain biker en los que mi sueño era tener una Merlin Titanium como la que tenía mi vecino de abajo. Por desgracia nunca pasé del típico cuadro de aluminio, pero quizás ahí radica el origen de mi fiebre por este material.

Como veréis en las fotos que ilustran esta entrada, tanto el cuerpo como la cabeza de la linterna tienen un patrón de minúsculos rombos para mejorar su agarre al que los expertos en estos temas denominan knurling. Todas las linternas tienen en mayor o menor medida algún tipo de relieve para que no se nos escurra entre los dedos si tenemos las manos frías y/o húmedas, pero para mi gusto el que hace Thrunite en sus modelos es el mejor de todos por ser sumamente rugoso.

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En cuanto a peso y dimensiones, este modelo se queda en unos escasos 14 gramos (sin la pila AAA que necesita para alimentarse) y mide aproximadamente 70 x 14 cm, de modo que en caso de que queráis llevarla encima ni siquiera la notaréis.

La cabeza se desenrosca y si lo hacéis podréis ver en ella el driver que alimenta y controla el LED. Para que no entre polvo ni humedad la rosca del cuerpo posee una junta tórica en su extremo final que debéis mantener lubricada para que no se desgaste. Lo ideal es aplicar una ligera capa de grasa de silicona tanto en ella como en la propia rosca para ello, pero no uséis cualquier producto porque la podéis dañar.

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Como suele ocurrir en las linternas de este tipo fabricadas en titanio, el tacto de la rosca es algo “arenoso” por las propiedades del material. No implica ningún defecto ni quiere decir que se vaya a desgastar, pero hay gente a la que este tacto le provoca cierta dentera; así que advertidos estáis.

La luz

Como os comentaba al principio de este artículo, una de las peculiaridades de esta Thrunite Ti Hi es que posee un modo firefly (luciérnaga) de tan sólo 0,08 lumens con unas 120 horas de autonomía. Y es cierto que poca utilidad tiene más allá de poder ver algo en la más absoluta oscuridad, pero es una cifra de récord y la verdad es que tiene su punto poder mirar al LED encendido y ver el relieve del reflector sin dejarnos una retina en el intento.

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Girando la cabeza para llevarla al punto de apagado y volviendo a encender tenemos el modo intermedio, que nos dará 12 lumens durante unas 6 horas y repitiendo la operación iremos al modo de máxima potencia que nos ofrece 30 minutos de iluminación a unos 120 lumens y que ya tiene potencia de sobra para iluminar una estancia.

Si repetimos el ciclo dos veces completas, a continuación saltará un modo estroboscópico poco recomendable para epilépticos y que usa el LED a plena potencia dando una autonomía de una hora.

La luz que esta linterna emite es de tonalidad fría. No llega a ser azulada como en algunos modelos; sino que da un tono blanco bastante neutro y, desde luego, no tiene ese tinte anaranjado de los LEDs que emiten en tonalidades cálidas. Para mi gusto es de las que dan una tonalidad más natural a la luz. Por cierto, para los amantes de la electrónica, comentaros que el LED es un CREE XP-L HI.

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Las sensaciones

Precisamente porque ya sabréis que es un detalle de las linternas en el que me suelo fijar, quería destacar el esmero con el que está fabricado el pequeño reflector de esta linterna con su textura de piel de naranja. Esto ayuda a dispersar la luz que proviene del LED haciendo que esta se proyecte de una manera más homogénea a lo largo y ancho de la superficie iluminada.

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Los reflectores lisos a menudo dan lugar a una zona central potentemente iluminada y una corona exterior en la que apenas llega luz; pero en este tipo de reflectores la verdad es que es un gustazo observar cómo la iluminación es suave y sin grandes diferencias.

Otro aspecto a destacar es el knurling que posee, ya que en un material tan duro como el titanio es complicado realizar un tallaje tan complejo. Al fin y al cabo se hace con la misma máquina que talla las linternas de aluminio; pero el útil a emplear tiene que ser de un material extremadamente caro (carburo de tungsteno, cobalto…) y hay que emplear mucha refrigeración porque debido a la mala conductividad térmica del titanio el útil de tallaje absorbe una enorme cantidad de calor que puede llegar a dañarlo.

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A la hora de usar la linterna, esta se lleva cómodamente en la mano por su pequeño tamaño, no se resbala gracias al agresivo moleteado de cuerpo y cabeza, es realmente ligera y, además, para mi gusto es extremadamente bonita (si bien ahí entran ya en juego los aspectos subjetivos de cada uno).

Cierto es que el modo firefly no se emplea demasiado y que al final el mejor compromiso entre iluminación/autonomía es el intermedio con sus 12 lumens 6 horas; pero es que como os digo, desde mi punto de vista estamos ante una linterna que está más destinada a ocupar un lugar en nuestro altar de estos pequeños dispositivos que a llevar una vida dura entre llaves y monedas en bolsillos de vaqueros apretados.

Ah, por cierto, se me olvidaba comentaros que el precio está en torno a los 30 euros (no es especialmente cara, las cosas como son) pero el problema es que no siempre es fácil de encontrar porque se suele fabricar en tiradas cortas y hay que estar al tanto para cazar una cuando sale de fábrica alguna remesa.

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¡Hasta el próximo artículo!


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Recuerdos de Oropesa (XXXI)

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Creo que ya os he contado alguna vez que me encantaría volver a la Oropesa de los años 80 pero con la edad que tengo actualmente. Lo que ocurre es que al no tener a mano ninguna máquina del tiempo me tendré que conformar con el material audiovisual de épocas pasadas mezclado con mis propios recuerdos.

Si conocéis Oropesa del Mar sólo por los últimos tiempos os sorprendería ver cómo creció esta esta pequeña población a orillas del Meditérráneo durante los años del cambio de milenio; y es que en poco tiempo aquello pasó de ser un pueblecito casi anónimo a un lugar habitual de vacaciones para mucha mucha gente.

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Mis primeros recuerdos estivales son los de una playa en agosto con familias dispersas aquí y allá, sombrillas hechas de una tela que parecía lana y raquetas de tenis-playa llenas de astillas. Corrían los primeros años de la década de los 80 y cuando en el colegio preguntaban en septiembre dónde habíamos pasado las vacaciones nadie parecía saber en qué rincón de la geografía española se encontraba Oropesa.

En aquellos tiempos no había puerto deportivo, Marina D’or ni comunicación por la costa entre las playas de La Concha y Morro de Gos. El ayuntamiento guardaba las facturas de la contribución en cajas de fruta, la Torre del Rey era un lugar oscuro, húmedo e inmundo al que sólo los más valientes se atrevían a entrar y en la playa había barcas amarradas cerca de la orilla en pacífica convivencia con los escasos bañistas de la época (entre los que me encontraba yo).Julio de 1985

Poco a poco Oropesa del Mar fue creciendo en población, turismo y fama. Abrieron discotecas y bares de copas, cada año se iban construyendo más edificios en la línea de costa, los clásicos chiringuitos se modernizaron y dejaron de ser apenas unas mesas sobre tierra con un cañizo de paja a modo de techo donde comer sardinas asadas, en la playa la Cruz Roja montó un puesto de socorristas, se pusieron unas camas elásticas y un castillo hinchable donde los niños nos lo pasábamos bomba…

Pub El Molí

Y de repente llegó José María Aznar y puso definitivamente en el mapa a un pueblo que todavía seguía siendo relativamente desconocido. Él veraneaba en la urbanización de Las Playetas, que está prácticamente lindando con Benicassim pero administrativamente forma parte del término municipal de Oropesa del Mar, y entonces el nombre de esta localidad Mediterránea comenzó a sonar y a leerse por todos los medios de comunicación.

En septiembre ya no tenía que decir a mis compañeros de clase “He estado en Oropesa, que es un pueblo de costa a 100 Km al norte de Valencia y muy cerca ya de Tarragona”. No, ahora cuando me preguntaban dónde había pasado el verano y pronunciaba el nombre de Oropesa mi oyente apostillaba mecánicamente “Ah sí, donde Aznar”.

Más o menos por aquella época echaba a andar la construcción del puerto deportivo (cuya inauguración fue en 1992) y el comienzo de la expansión del imperio Marina D’or, que en sus inicios era una urbanización de unos pocos bloques como tantas otras y que por un motivo u otro comenzó a extenderse en dirección Torreblanca a la velocidad de la luz. Por cierto, también desaparecieron las bucólicas barcas de la playa para ocupar unos flamantes amarres en el recién estrenado puerto deportivo.

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Recuerdo que por aquella época íbamos a Oropesa en tren, y cuando salíamos del túnel (actual vía verde) que indicaba que en apenas unos minutos estaríamos en el andén de nuestra estación, siempre miraba por la ventana de la parte derecha del vagón y alucinaba con la cantidad de nuevos bloques que habían construido en el que fue uno de los mayores exponentes de la expansión urbanística en nuestro país.

Color

Lo que hasta entonces era un lugar tranquilo dio paso a las colas: colas en los supermercados, colas en las duchas de la playa, colas a las diez de la noche en el locutorio telefónico que había en lo que hoy es la oficina de turismo, colas en los modernizados chiringuitos para pedir “una de sepia a la plancha y un tinto de verano”, colas en los recreativos, colas en el consultorio médico… La afluencia de gente en verano había crecido mucho más que los servicios e infraestructuras de Oropesa, y de aquella época recuerdo por ejemplo los cortes de luz en días de mucha demanda repentina de energía (a la hora de cenar, principalmente).

Con el paso de los años, la afluencia de veraneantes y la capacidad de la ciudad fueron equilibrándose, ya que el aumento de impuestos recaudados gracias al crecimiento de la población repercutió en mejores y más modernas infraestructuras. Ya no había cortes de luz, se hicieron amplias avenidas para los coches, paseos marítimos por los que caminar sin agobios, restaurantes climatizados, grandes supermercados… Cierto es que aquel crecimiento desmesurado nunca me gustó, porque yo siempre he preferido la tranquilidad de los sitios en los que apenas hay gente; pero esto hoy en día es ya una utopía si hablamos del Mediterráneo español.

Playa de la concha. Años 70

Ironías de la vida, durante algo más de dos años me tocó ser parte de la modernización de esta localidad castellonense; ya que fui el jefe de planta de la nueva depuradora de Oropesa tras su puesta en marcha. Y no sólo de la EDAR como tal, sino también de los múltiples bombeos y la red de colectores que de alguna manera son las venas de la ciudad. La antigua depuradora se había quedado muy pequeña para los requerimientos de la población y la encargada de construir las nuevas instalaciones y explotarlas durante los dos primeros años fue la empresa para la que trabajaba en aquel momento, de modo que me encomendaron la misión de hacer que aquello funcionara bien y no diera ningún tipo de problema.

Fue toda una experiencia, la verdad. Yo, que venía de una EDAR con unos cuantos años ya en sus maltrechas espaldas, tenía ahora bajo mi mando una instalación completamente nueva repleta de autómatas recién programados, equipos electromecánicos que todavía conservaban el brillo del metal, personal recién contratado con muchas ganas de trabajar, una red de colectores minuciosamente trazada que llegaba hasta las mismas puertas de Benicassim…

Era una gran responsabilidad, y además, cuando llegué allí el verano empezaba ya a asomar tímidamente por el horizonte, así que tenía que ponerme las pilas de modo que cuando llegara el mes de julio tuviera ya aquello controlado y estabilizado; pues la población de la localidad se disparaba de repente y toda la infraestructura de saneamiento tenía que estar preparada para resistir el exigente tirón estival.

Si ahora echo la vista atrás puedo afirmar que el trabajo de campo era el más fácil. Al fin y al cabo, con los manuales de las máquinas en la mano es fácil identificar cualquier problema y saber cómo ponerle remedio. Más complicado era lidiar con la administración, las previsiones económicas, los periodos de la energía, los días en los que tienes a dos personas de baja y surge una avería gorda, las tormentas a las tantas de la madrugada…

Con respecto a eso, recuerdo una noche de septiembre en plena lluvia torrencial en la que me tuve que acercar a la planta con el coche por unas calles que parecían arroyos. Y ya en la EDAR, mientras me deslomaba para abrir una compuerta cuya válvula manual parecía tener millones de vueltas, sudando la gota gorda bajo mi impermeable azul oscuro, con el agua empapando mi pelo y resbalando por mi cara mire al cielo y alzando los puños grité a pleno pulmón: “¿¡Es que en este p**o pueblo sólo llueve por las noches!?”. Sí, podéis considerarlo una enajenación mental transitoria en toda regla.

Lluvias en Oropesa del Mar (21/11/2011)

Pero al margen de momentos duros, he de reconocer que durante aquellos dos años también hubo días buenos; especialmente en los meses de otoño, que para mí es la mejor época para estar allí. Recuerdo atardeceres preciosos desde la ventana de mi despacho, fotografías del amanecer a la orilla del mar, días tranquilos en la depuradora en los que aprovechábamos para tomarnos las cosas con algo más de calma y hablar de cualquier cosa que se nos pasara por la cabeza, visitas de compañeros de empresa, averías resueltas rápidamente con una mezcla de maña e ingenio…

Aunque siempre tuve mucho trabajo en la depuradora y apenas dispusiera de tiempo libre, tuve la fortuna de poder disfrutar de esta localidad a orillas del Mediterráneo (y otras de los alrededores) cogiendo mi cámara y retratando aquellos paisajes que, especialmente durante el invierno, captaban mi atención poderosamente. Aquella luz tan especial que se da en los lugares de costa hacía que fuera incapaz de dar un simple paseo sin llevar mi cámara encima para poder captar esos momentos irrepetibles.

Oropesa del Mar

En el fondo sabía que antes o después acabaría volviendo a Madrid para emprender un nuevo proyecto laboral, cosa que sucedió a mitad de 2013. Por eso nunca dejé de hacer fotos durante el tiempo que estuve en Oropesa. Sabía que estaba viviendo una época que marcaría mi vida para siempre y quería captar unas imágenes que pudiera mirar años después para recuperar con más facilidad todos aquellos recuerdos.

A día de hoy no echo de menos aquello en términos generales; pero sí pequeños detalles. Mi regreso a Madrid significó estar otra vez cerca de mi novia, de mi familia y de las calles que me vieron crecer; pero también es cierto que el ritmo de la capital es mucho más estresante e insano que aquellos atardeceres silenciosos a la orilla del Mediterráneo.

Blue hour

Esos dos años en Oropesa del Mar supusieron para mí un gran crecimiento a nivel personal y laboral; y siempre he pensado que si aquello no hubiera funcionado bien hoy no estaría de nuevo en Madrid; así que vaya desde aquí mi sincero agradecimiento a todas aquellas personas que contribuyeron a hacer mi tarea un poco más fácil.

Mis mejores recuerdos de aquello no tienen como escenario playas abarrotadas ni terrazas en verano; sino estampas como esta que os dejo a continuación y que, para mí, refleja mejor que ninguna otra fotografía lo que es Oropesa del Mar en invierno.

Soledad

¡Nos leemos!


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